LA PESADILLA DEL HOMBRE CARACOL

Era una noche fría, oscura y tormentosa, como todas las noches de miedo. Nuestro protagonista, el valeroso y audaz Hombre Caracol, pateaba la larga carretera que llevaba a Cincinnati en una dirección, a Cuspedriños en la otra.
El Hombre Caracol tenía una misión importante: transportar sacos de harina hasta la panadería del tío William. Tenía que llegar antes del amanecer, o de lo contrario la panadería más famosa de la ciudad volvería a quebrar. El intrépido Hombre Caracol se había ofrecido voluntario para llevar aquellos sacos tremendos de harina a hombros hasta la ciudad. Nadie lo comprendía: había camiones que viajaban a diario transportando cientos de sacos de harina, camioneros que cobraban por hacerlo, y que, además, necesitaban el dinero. Pero no eran tan valientes como nuestro amigo: noche de luna llena, como ya hemos dicho fría, oscura y tormentosa, a pie y con un catarro del quince. Así partió el Hombre Caracol hacia la lejanía.
Llevaba 4 horas caminando a la intemperie y el tiempo no era amable con él. Moqueaba, tenía fiebre, le dolía una rodilla y el granizo se le clavaba en los ojos, pero su impoluta alma irradiaba felicidad: estaba haciendo una buena obra y lo sabía. A pesar de que el agua empapaba los sacos de harina y empezaba a traspasar el plástico y a convertir su peculiar equipaje en una masa pastosa y pesada, se dibujaba una sonrisa en su cara.
¡Oh, qué gran hombre era nuestro amigo! Su esposa e hijos estaban orgullosísimos de él, y no era para menos. Siempre se ofrecía a desempeñar las tareas más arduas y difíciles para mejorar la vida de sus conciudadanos. ¿Cómo no ayudar entonces al querido tío William, que tanto había hecho por su familia? No permitiría que la falta de harina arruinase, como otras veces, el negocio del tío.
Fue entonces cuando, en la penumbra de la noche, se vislumbraron dos faros enormes de un coche no menos imponente. "¡Qué alegría!" pensó nuestro héroe "Será algún vecino que quiere apoyarme en el desempeño de esta tarea que el Señor me ha encomendado". El Hombre Caracol, bajo la lluvia y tiritando de frío, esbozó la mejor de sus sonrisas dirigiéndose hacia el coche que se iba acercando.
El automóvil se acercó y se acercó y atropelló a nuestro querido amigo. La noche veía desde lo alto el cuerpecillo machacado del bizarro Hombre Caracol en el asfalto, ensuciado por la harina que se esparcía, como una masa pesada y pastosa por la fría y oscura carretera. El traidor asesino huyó en la penumbra de aquella fatídica noche rumbo a sabe dios dónde.
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