PIDO A LA VIRGEN MARÍA...

Por favor, que alguien acabe con este suplicio. Que acabe con mi vida; yo no puedo, que soy una cobarde. Pero que alguien me raje el cuello, me tire por la ventana desde un quinto, me atropelle con un autobús o me pegue un tiro. Esto es demasiado para mí...
Más de 72 horas escuchando cómo la voz viril y masculina de mi hermano (que cuando susurra se escucha en Pekín) repite una y otra vez la puta, putísima lección de Historia. Coño, ya basta. Pesao.
Esta gente que necesita, no sólo repetirlo, sino gritarlo por toda la casa, debería sufrir cadena perpetua. Es una tortura china; ni Fumanchú. Y es de los que amargan a los demás: le entrega los apuntes a mi madre para que vaya siguiendo cómo se lo tiene todo chapadito. Al pie de la letra.
Y ahora estoy controlando mi ira (que por algún lado saldrá, de eso no hay duda) porque, al pedirle por favor al imbécil este que se calle, que me está produciendo una crisis nerviosa y voy a empezar a echar espuma por la boca como escuche otra vez la vida y obra de Primo de Rivera, ha dado un portazo a la puerta del pasillo y ha roto un cristal.
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